martes, 14 de julio de 2009

La compañía del camino (Roberto Bolaño)




LA COMPAÑÍA DEL CAMINO

A Ricardo Pascoe



Lo que hemos amado cambia. A veces
nuestros ojos ya no ven el resplandor,
pero el resplandor sigue allí. Sabemos
que ni las palabras ni los trabajos que
nos desgastan cotidianamente podrán servirnos
para seguir adelante, cuando las bellas viajeras
se han ido, y si miramos los días
sólo veremos manchas dejando una estela
de vacío en los párpados del que tiene sueño.
Y no es hora de pensar, por ejemplo, en los
que se levantan a las 5 de la mañana
para ser explotados en las fábricas, sino
en que también los compañeros se han sentido solos.
Todos amamos, en los dormitorios de todos
está pintada la ignorancia, nuestra oscuridad
que balbucea y gruñe, nuestra luz inmóvil que habla
en sueños. Afuera de nuestras zonas llueve
y también el alma del que está triste,
y no encontramos aún la manera de unir los dos bosques.
Los dos bosques llenos de movimiento.
El amor y su ausencia nos hacen ver todas
las aventuras desde una ventana increíblemente
alta, casi al final de un rascacielos de pequeñas
cositas tibias que se van helando en la memoria.
Es bueno que ese edificio exista, y es bueno
mirar por esa ventana confundidos entre
nuestra tristeza personal y el vértigo.
Pero los museos suelen ser horribles
y poco compatibles con las bellas viajeras.
Nada tenemos, todo se acaba. Cuántos amigos
les han dicho eso a sus amigos una tarde cualquiera.
Pero yo sólo tengo estos versos. Nada queda sino
nuestra ternura. Ese incendio gratuito: una forma
de morir en un universo que no muere nunca (a ver
si lo entiendes). Sabemos que las palabras pueden
ser cambiadas, tampoco es la memoria una hilera
de pinturas viejas. El amor, y su ausencia, a veces
más amorosa que el amor mismo, nos devuelve nuestros
cuerpos. Lo que hemos querido tanto sólo cambia,
el resplandor continúa, también nosotros
debemos cambiar y continuar, como los pájaros
en los vientos del Norte y del Sur.
Nada queda, pero tal vez nuestra ternura ya estaba allí,
antes que la ilusión del vacío, tal vez nuestras
contradicciones son como lunas en el final
de la noche, tal vez la bella viajera no está
muy lejos todavía, y si corres la alcanzas,
desesperada, alegremente, un minuto o unos días
o una estación completa del año, compartir
con ella libremente el camino, sin que haya
muerte en este poema para ti, ni en ti, ni en ella.

Barcelona, agosto 1978

Publicado en Gutiérrez (selección y edición: Andrés Braithwaite), Santiago de Chile, noviembre, 2005.